
El ganadero Ariel Raiteri expone una perplejidad moderna: Mientras en la ciudad sueñan con tener un campo, en el campo avisan que hace falta gente para trabajar y sucesores que quieran hacerse cargo
En el sur de La Pampa, en la localidad de Guatraché, Ariel Raiteri, combina su profesión de contador con su verdadera pasión: la ganadería. Desde hace 25 años lleva adelante la cabaña Angus ...
En el sur de La Pampa, en la localidad de Guatraché, Ariel Raiteri, combina su profesión de contador con su verdadera pasión: la ganadería. Desde hace 25 años lleva adelante la cabaña Angus “La Arianita”, un emprendimiento que nació casi por casualidad, al advertir que las vacas buenas y las no tan buenas comían lo mismo, pero no producían igual. “Por eso decidí hacer una cabaña, para quedarme con las vacas que dan más y mejor”, cuenta.
Raiteri vive y trabaja en Guatraché, un pueblo que refleja lo que está ocurriendo en buena parte del interior argentino. “Hasta hace un año pasaba un colectivo de Chevallier, hoy no pasa ninguno”, dice. Lo que antes eran pueblos vivos, con movimiento y jóvenes, hoy parecen ir apagándose. Y lo mismo pasa en los campos.
“Cada vez hay menos gente y cada vez cuesta más conseguir quien trabaje. No hay segundas líneas, los hijos de los productores no quieren seguir. Están seducidos por otras actividades, por la tecnología, por la comodidad de la ciudad. El campo implica poner el cuerpo, y hoy el lomo no lo pone más nadie”, describe el productor esta perplejidad moderna, ya que es habitual en la ciudad escuchar a gente que añora -porque idealiza- vivir en el campo.
Ariel tiene 60 años, dos hijos y la certeza de que ese problema atraviesa a todo el sector. “Yo vivo en el campo, tengo a mi madre conmigo, mi padre ya falleció. Mis hijos estudian y viven del campo, pero el interés por el trabajo rural no existe. Las familias del campo se están terminando. Tengo vecinos de 75 u 80 años que todavía andan a caballo, pero ya no hay quien los reemplace”.
Lo que plantea Raiteri no es menor: la falta de sucesión en el campo se está convirtiendo en un factor estructural, que ya empieza a sentirse también en la producción. “Si no podés reponer personas, ¿cómo vas a reponer hacienda?”, resume con crudeza.
La historia de Raiteri comenzó en el año 2000, justo antes de una de las peores crisis económicas del país. Con sus 600 madres de Pedigree, decidió apostar a la genética Angus. “En los inicios trabajamos con líneas de Arturo Teso y de Ariel Barcelona, con quien estudiábamos juntos en La Plata. Me dio las vacas que necesitaba para poder ir a las exposiciones y a Palermo”.
Hoy en La Arianita predominan las líneas más rústicas, “las todo terreno”, que le permiten mantener un rodeo comercial adaptado a una zona seca, aunque no árida, del sudeste pampeano.
Raiteri asegura que este es un año excepcional en cuanto a precios, aunque aclara que precio no siempre es sinónimo de rentabilidad. “Las vacas siguen comiendo lo que da el monte, y con las lluvias que tuvimos, los costos para producir pasto prácticamente no cambiaron. Por eso la rentabilidad es buena”.
Pero aclara que eso no se traduce necesariamente en una recomposición del stock ganadero. “La gente va a usar la rentabilidad para hacerse reservas forrajeras. Hay pronósticos de una posible Niña, así que todos piensan en guardarse pasto antes que en sumar vacas”.
El problema, dice, es que los incentivos para invertir son cada vez menores. “El productor no repone porque muchas veces el clima lo obliga a vender, o porque los impuestos lo matan. En este país pagás anticipos por si llegás a ganar el año que viene. Eso es recesivo, desanima”.
En su zona, la reposición de vientres es lenta y no hay señales claras de que el stock nacional vaya a crecer. “El que puede guardarse una hembra, se la guarda, pero también hay valores muy seductores. Es difícil decidir entre dejar una vaca para continuar o hacer la plata y vivir un poco más tranquilo”.
Raiteri está convencido de que la falta de sucesión pesa tanto como los factores económicos o climáticos. “La gente grande en el campo se está terminando. Y si el Estado no toma nota de eso, vamos a tener un problema serio. No se trata solo de vacas, se trata de personas”.
En Guatraché, como en tantos otros pueblos del interior, se sigue viviendo del campo, pero cada vez hay menos manos dispuestas a sostenerlo. Y mientras los colectivos ya no pasan, los jóvenes también van dejando de pasar por el campo.
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